Declaración de interdependencia
Nunca la humanidad dispuso de tantos recursos materiales y tantas competencias técnicas y científicas. Considerada en su totalidad, es rica y poderosa como nadie hubiera podido imaginarlo en los siglos pasados. Nada demuestra que sea más feliz así. Pero nadie desea volver atrás, porque cada uno siente que más posibilidades nuevas de realización personal y colectiva se abren cada día.
Sin embargo, nadie puede creer ya que esta acumulación de potencia pueda continuar eternamente, tal cual, en una lógica de progreso técnico que no cambia, sin volverse contra sí misma y sin amenazar la supervivencia física y moral de la humanidad. Las primeras amenazas que nos asaltan son materiales, técnicas, ecológicas y económicas. Amenazas entrópicas. Pero somos mucho más impotentes cuando se trata de imaginar respuestas al segundo de amenazas. Las amenazas morales y políticas. Las que podríamos calificar de antrópicas.
El problema primero
Se da constancia de que la humanidad supo realizar progresos técnicos y científicos fulminantes, pero sigue siendo tan impotente para resolver el problema esencial: ¿cómo manejar la rivalidad y la violencia entre los seres humanos? ¿Cómo incitarlos a cooperar permitiéndoles oponerse sin matarse? ¿Cómo obstaculizar la acumulación de potencia, ahora ilimitada y potencialmente autodestructiva, sobre los hombres y la naturaleza? Si la humanidad no sabe contestar rápidamente a esta pregunta, desaparecerá, a pesar de que todas las condiciones materiales estén reunidas para que prospere. Con la condición de que tomemos definitivamente conciencia de su finitud.
Disponemos de una multitud de elementos de respuesta: los que aportaron a lo largo de los siglos las religiones, las morales, las doctrinas políticas, la filosofía y las ciencias humanas y sociales. Y las iniciativas que se dirigen hacia una alternativa a la organización actual del mundo son numerosísimas, sostenidas por decenas de miles de organizaciones y asociaciones, y por decenas y centenares de millones de personas. Se presentan bajo nombres, formas o escalas muy variadas: la defensa de los derechos humanos, de los ciudadanos, de los trabajadores, de los desempleados, de la mujer o de los niños; la economía social y solidaria con todos sus componentes: las cooperativas de producción o de consumo, el mutualismo, el comercio equitativo, las monedas paralelas o complementarias, los sistemas de intercambios locales, las numerosas asociaciones de ayuda mutua; la economía de la colaboración digital (cf. Linux, Wikipedia, etc.) ; el decrecimiento y el postdesarrollo; los movimientos slow food, slow town, slow science; la reivindicación del buen vivir, la afirmación de los derechos de la naturaleza y el elogio de la Pachamama; el altermundialismo, la ecología política y la democracia radical, los indignados, Occupy Wall Street; la búsqueda de indicadores de riqueza alternativos, los movimientos de la transformación personal, de la sobriedad voluntaria, de la abundancia frugal, del diálogo de las civilizaciones, las teorías del care, los nuevos pensamientos de los communs, etc.
Para que estas iniciativas tan ricas puedan contrarrestar las dinámicas mortíferas de nuestros tiempos con la potencia suficiente y que no se vean reducidas al papel de simple protesta o paliación, es imperativo juntar sus fuerzas y energías, de ahí la importancia de subrayar y nombrar lo que tienen en común.
Del convivialismo
Lo que tienen en común es la búsqueda de un convivialismo, de un arte de convivir (con-vivere) permitiendo a los humanos que los unos cuiden de los otros y de la Naturaleza, sin negar la legitimidad del conflicto pero convirtiéndola en un factor de dinamismo y de creatividad. Un medio de conjurar la violencia y las pulsiones de muerte. Para obtenerlo, necesitamos ahora, con toda urgencia, un fondo doctrinal mínimo que se pueda compartir y que permita resolver al mismo tiempo las cuatro (más una) cuestiones básicas, poniéndolas a escala planetaria:
- La cuestión moral: ¿qué pueden esperar los individuos y qué deben prohibirse?
- La cuestión política: ¿cuáles son las comunidades políticas legítimas?
- La cuestión ecológica: ¿qué podemos tomar de la naturaleza y qué debemos devolverle?
- La cuestión económica: ¿qué cantidad de riqueza material podemos producir, y cómo hacerlo para seguir de acuerdo con las respuestas dadas a las cuestiones moral, política y ecológica?
- Uno puede, si quiere, añadir a estas cuatro cuestiones la de la relación con la sobrenaturaleza o lo invisible: la cuestión religiosa o espiritual. O más bien: la cuestión del sentido.
Consideraciones generales:
El único orden social legítimo que se puede universalizar es él que se inspira de un principio de humanidad común, de socialidad común, de individuación y de oposición controlada y creadora.
Principio de humanidad común: más allá de las diferencias de color de piel, de nacionalidad, de lengua, de cultura, de religión o de riqueza, de género o de orientación sexual, hay una única humanidad que será respetada siempre y cuando sus miembros se respetan entre sí.
Principio de socialidad común: los seres humanos son seres sociales para quienes la mayor riqueza es la riqueza de sus relaciones sociales.
Principio de individuación: respetando los dos primeros principios, la política legítima es la que permite a cada uno asentar lo mejor posible su individualidad singular en marcha, desarrollando su potencia de ser y actuar sin perjudicar a la de los demás.
Principio de oposición controlada y creadora: porque cada uno tiene vocación de manifestar su individualidad singular, es natural que los humanos puedan oponerse. Pero es legítimo que lo hagan siempre que eso no pone en peligro el marco de socialidad común que convierte esta rivalidad en rivalidad fecunda y no destructiva.
De estos principios generales deducimos:
Consideraciones morales:
Cada individuo puede esperar recibir un reconocimiento de igual dignidad que todos los otros seres humanos, acceder a las condiciones materiales suficientes para llevar a cabo su concepción de la vida buena, en el respeto de las concepciones de los demás.
Lo que le está prohibido es caer en la desmesura (la hubris de los grecos), i.e. de violar el principio de humanidad común y de poner en peligro la socialidad común.
De manera concreta, el deber de cada uno es luchar contra la corrupción.
Consideraciones políticas:
En la perspectiva convivialista, un Estado o un gobierno o una institución política nueva pueden admitirse como legítimos únicamente si:
– Respetan estos cuatro principios de humanidad común, de socialidad común, de individuación y de oposición controlada y si facilitan la aplicación de las consideraciones morales, ecológicas y económicas que derivan de ellas;
Más precisamente, los Estados legítimos garantizan a todos sus ciudadanos más pobres unos recursos mínimos, unos ingresos básicos, cual sea su forma, que los mantengan protegidos de la abyección de la miseria y que prohíban progresivamente a los más ricos – via la instauración de ingresos máximos – caer en la abyección de la riqueza extrema superando un nivel que impediría que los principios de humanidad común y de socialidad común sean operantes;
Consideraciones ecológicas:
La humanidad ya no puede considerarse como poseedor y dueño de la Naturaleza: lejos de oponerse a ella, forma parte de ella, por tanto debe reanudar con ella, al menos de manera metafórica, una relación de donación/contradonación. Para dejar a las generaciones futuras un patrimonio natural preservado, el Hombre debe devolver a la Naturaleza tanto o más de lo que le saca o recibe de ella.
Consideraciones económicas:
No hay ninguna correlación probada entre riqueza monetaria o material de un lado y felicidad o bienestar del otro. El estado ecológico del planeta lleva necesariamente a buscar todas las formas posibles de una prosperidad sin crecimiento. Por eso, es necesario, para alcanzar una economía plural, de instaurar un equilibrio entre Mercado, economía pública y economía de tipo asociativo (social y solidaria), según los bienes o servicios a producir son individuales, colectivos o comunes.
¿Qué hacer?
No hay que ocultar que para conseguirlo, tendremos que enfrentarnos con potencias enormes y temibles, tantas financieras como materiales, técnicas, científicas, intelectuales, militares o criminales. Contra estas potencias colosales y a menudo invisibles o ilocalizables, las tres armas principales serán:
- La indignación sentida frente a la desmesura y a la corrupción, y la vergüenza infundida a los que, de manera directa o indirecta, activa o pasiva, violan los principios de humanidad común y de socialidad común.
- El sentimiento de pertenencia a una comunidad humana mundial.
- Mucho más allá de las « elecciones racionales » de cada uno, la movilización de los afectos y de las pasiones.
Ruptura y transición
Toda política convivialista concreta y aplicada tendrá necesariamente que tomar en cuenta:
- El imperativo de la justicia y de la socialidad común, implicando la resorción de las desigualdades vertiginosas que han estallado en el mundo entero entre los más ricos y el resto de la población desde los años 1970.
- La preocupación de dar vida a los territorios y localidades, y así territorializar y localizar de nuevo lo que la globalización externalizó demasiado.
- La absoluta necesidad de preservar el medio ambiente y los recursos naturales.
- La obligación imperiosa de hacer desaparecer el desempleo y de ofrecer a cada uno una función y un papel reconocidos en actividades útiles para la sociedad.
La traducción del convivialismo, concretamente, es articular las respuestas a la urgencia de mejorar las condiciones de vida de las clases populares y la de construir una alternativa al modo de existencia actual, tan lleno de amenazas múltiples. Una alternativa que dejará de hacer creer que el crecimiento económico infinito pueda ser todavía la respuesta a todos nuestros problemas.